A Carlos Illescas
Estoy solo de mí
como el desierto de sus propios ecos.
¿Dónde suena mi voz,
dónde tiembla la imagen a mis ojos?
Recuerdo de las horas
cuando ni voz, ni imagen, ni temblores
en la concavidad materna del espacio,
en una soledad iluminada
sol y luna, voz y rostro terrestres en las aguas.
Sobre el valle la sombra de la tarde,
cobija de los hombres silenciosa.
Mullido corazón de los creadores.
Claro espacio, el acorde, la pura sinfonía.
Armónico silencio.
El sueño de los dioses y los suspiros hondos
del universo dormido.
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